MOTIVO

Espacio dedicado a toda clase de comentario libre y espontáneo, despojado de intereses de cualquier tipo (y mujer)

domingo, 28 de febrero de 2010

DUDAS Y CONFIRMACIONES


¿Será que cuando uno va creciendo, indefectiblemente, debe ponerse más reflexivo, nostálgico, melancólico, cuidadoso, serio y previsor? Si me guío por lo que me pasa desde hace un tiempo a esta parte, creo que sí. Pero no me gusta que eso me suceda. No, por ser eternamente desprejuiciado, inmaduro y “tiro al aire” (como diría mi abuela), sino porque no me encuentro cómodo en ese rol y hace que mi carácter tenga encontronazos conmigo mismo por este motivo, que empiezo a descubrir en mis actitudes personales como un signo preponderante de mis pensamientos cotidianos. Quizás, es una rebeldía interna que hace de esta situación, algo molesto e irritante y no me deja estar totalmente relajado.
Desde que fui padre de Luca, hace nueve años, y de Florencia, hace cuatro, reconozco que mis prioridades de vida cambiaron absolutamente (y seguramente es bueno que así sea, porque de otra manera, estaría presentándome como un irresponsable total), pero lo que me angustia por momentos y me produce una sensación incómoda, es la demasiada preocupación que tengo por cosas que antes no tenía.
A lo mejor, quien se encuentre leyendo esto, también es contemporáneo mío y pasa por lo mismo, o es un poco mayor y ya le sucedió, o no... no sé, pero es algo que me tiene inquieto, que no me deja descansar como antes y que tengo que solucionar de alguna forma positiva para que no afecte mis relaciones familiares y profesionales. Porque, a pesar de haber intentado siempre, separar una cosa de la otra, en algún punto, se emparentan y a la larga, terminan desacomodándose mutuamente.
Si bien, soy consciente de que la madurez llega acompañada de más responsabilidades, por ende, más preocupaciones, también creo que no necesariamente uno debe transformar su presente adulto en algo totalmente opuesto a la esencia que uno lleva desde niño, adolescente y joven.
Sinceramente, mientras escribo este pensamiento, no tengo muy en claro si es realmente simple entender lo que estoy narrando, pero voy a tratar de hacerlo fácil, desarrollando la idea de la forma más sencilla posible en cuanto a esta incertidumbre que me inquieta.
Cuando uno es chico, adolescente, jovencito, joven, soltero, sin compromisos más de los que uno se plantea como importantes día tras día, la vida es más liviana, alegre y divertida. Cuando uno crece y empieza a obtener logros, alcanzar metas y concretar las ideas y proyectos en realidades, las mismas obligaciones hacen que se empiecen a modificar esas liviandades a las que hacía referencia y se transformen en algunas pesadumbres.
La responsabilidad de traer hijos a este mundo convulsionado, trae aparejado una gran cantidad de problemas, incógnitas, dudas que nos empiezan a quitar bastantes más sonrisas de las que quisiéramos y esos instantes de alegría van disminuyendo a la vez que los períodos de preocupación crecen. Obviamente, no me estoy refiriendo al sentimiento que los hijos producen en los padres, que es algo maravilloso, intransferible y único, sino a ciertos menesteres que acompañan ese aprendizaje y camino de vida.
Evidentemente, los seres humanos somos animales de costumbres y nos vamos adaptando a estas circunstancias inapropiadas para nuestra salud mental y espiritual, pero como afortunadamente mi alma positiva puede más que cualquier elemento negativo, trato de superar esta coyuntura que muchas veces me provoca estados anímicos de pena y zozobra como los que hoy me acechan.
No alcanzo a explicarme el por qué de esta situación que nos plantea el destino, a medida que vamos andando nuestro sendero, me resisto a aceptar que la única manera que existe de afrontar mayores conquistas es con superior inquietud.
Sigo siendo optimista, a pesar de todo y confío en un futuro mejor para todos, aunque estos interrogantes que a veces me asoman, continúen sin modificarse ni resolverse.
La naturaleza, también, nos está pasando factura y todos estos fenómenos terrestres, marítimos que están sucediendo, hacen que uno se intranquilice; no por el solo hecho de entrar en la paranoia de algunos apocalípticos que anuncian el fin del mundo en dos años, sino porque, más allá de los análisis que escucho de algunos entendidos en la materia que explican que de tanto en tanto, la tierra produce estos movimientos como una manera de acomodarse nuevamente, sino porque la incertidumbre de no saber y verse vulnerable e impotente ante semejante situación, nos provoca una incógnita y otra preocupación más a las que ya tenemos cotidianamente. En fin... son momentos, estados anímicos, maneras de afrontar las cosas, formas de sobrellevarlas... que nos revelan una única realidad: la vida hay que tratar de vivirla con felicidad, optimismo, fe, esperanza y mientras la salud nos acompañe, saber que cada minuto hay que disfrutarlo a pleno, que tenemos que valorar los afectos sinceros y las relaciones verdaderas, despojadas de intereses y conveniencias. Y saber que dentro de nuestra fugacidad como seres humanos, tenemos la posibilidad de poder disfrutar lo que para muchos quizás son pequeñas cosas, el amor, el compañerismo, la amistad, la música, el sol, la luna, la lluvia, el mar... pero que en definitiva, son los más grandes elementos que hacen de nosotros, individuos íntegros.